Cine y revolución: 15. Los profesionales, de Richard Brooks
En su estudio sobre el cine y la revolución, Marc Ferro subraya la paradoja según la cual, Hollywood apenas si se ha asomado a la revolución norteamericana de 1776, sin embargo, sí ha abordado la revolución mexicana como tal, pero también para hablar de más cosas. Entre todas, quizás la mejor sea Los profesionales Pepe Gutiérrez-Álvarez (Para Kaos en la Red) [09.01.2008 06:58] - 122 lecturas - 0 comentarios Sabemos que existe una amplísima filmografía mexicana sobre su revolución, aunque por aquí solamente han legado unos pocos títulos, los más conocidos del “Indio” Fernández, y algún que otro exponente todavía más tangencial y folklórico, aunque éste es un tema poco estudiado, entre otras cosas porque son películas que aunque pudieron ser estrenadas en su día, resultan de difícil acceso, la TV por ejemplo, apenas sí ha emitido alguna que otra... Hay también un cine crítico del curso tomado por la revolucionario, sobre todo después de Lázaro Cárdenas, su último gran exponente, y ahí cabe citar el exilio republicano, a los Buñuel (La fiebre sube al Pao), Luis Alcoriza (Las fuerzas vivas)...La gran paradoja es que la revolución mexicana ha sido más conocida por aquí por algunas importantes producciones de Hollywood situadas en terrenos colindantes con el western...Entre los títulos más clásicos cabría hablar de Viva Villa (1934), obra de Jack Comway (y de Howard Hawks), y por supuesto el Juárez de William Dieterle-Paul Muni que ya hemos tratado. Pero la época de mayor acercamiento sería la de los años cincuenta, época en la que se sucedieron títulos de enorme interés como lo fueron ¡Viva Zapata¡, de Elia Kazan, Veracruz, de Robert Aldrich, situada en plena ocupación francesa, ¡Bandido¡, de Richard Fleischer...Luego llegarían los de Sam Peckinpah (Grupo salvaje), o Gringo viejo, de Luís Puenzo, muy orientada hacia la solidaridad con Nicaragua, y con un Gregory Peck inconmensurable. El mismo filón sería luego explotado por el eurowestern más o menos marxistas o incluso anarcoídes con títulos tan significativos como ¿Quién soy?, de Damiano Damiano la delirante Agáchate maldito, de Sergio Lone, y una retahíla de evocaciones en la que se introducía el discurso revolucionario tan presente en los años sesenta-setenta. No había que ser muy agudo para apreciar que detrás de la apología revolucionaria se escondía un discurso radical, en no pocos casos abiertamente adverso a la intervención yanqui, y al propio curso imperialista que estaba tomando la joven potencia, comenzando por su propio “patio trasero” a partir de sus inquietudes fronterizas expresadas rotundamente en episodios como el que tan claramente representaba el Álamo, convertido por el cine norteamericano (El desertor del Álamo, de Budd Boetticher, pero sobre todo con El Álamo, del patriotero John Wayne a las que había que añadir las diversas apologías de algunos de sus protagonistas como Jim Bowie o David Crokett, a los que tanto admirábamos)... En mi opinión, ninguno de estos títulos alcanza el nivel de Los profesionales, producido, escrito dirigido por Richard Brooks en su mejor momento (baste mencionar A sangre fría). El guión partía de una novela de Frank O'Rourke. El rodaje, casi todo exteriores, duró tres meses y permaneció la mayor parte del tiempo en de Nevada, Death Valley, como escenario del camino de los protagonistas, y alrededor de una línea de ferrocarril en las cercanías de Indio, California. Por su trabajo, Richard Brooks sería nominado al óscar por la dirección y por el guión adaptado, en tanto que Conrad Hall, por la fotografía en color. Bajo un aparente western-road con ida y vuelta se desarrolla un complejo entramado político sustentaba la acción y se integraba de tal modo en ella que el film podía dar lugar a diversas interpretaciones. Lo más obvio consistía en que un capitalista arquetipo de un poderoso colonialista, J. W. Grant (Ralph Bellamy), poseedor de un rancho en México del que había sido peón Jesús Raza (inmenso jack palance), ahora ocupante del mismo con su pequeño ejército revolucionario, contrataba mercenarios para recuperar a su esposa, Maria (una apropiada Claudia Cardinale), secuestrada según él por Raza, el cual había sido el novio de la joven antes de que Grant prácticamente la comprara; y los cuatro profesionales formado por Dolworth (burt lancaster), Fardan (lee marvin), Ehrengard (Robert ryan), Sharp (Wooov strode)-, todos ellos perfectamente arquetipicos de los héroes ambiguos del género. Cada uno con especialidades complementarias a las de los demás, llevaba a cabo una perfecta operación paramilitar en el país vecino y recuperaban a Maria, pero descubriendo de inmediato que estaba por su voluntad con Raza y que, por tanto, si se había cometido un secuestro lo habían realizado ellos, esto les leva a un proceso de rectificación de tal manera que el eje narrativo, será en sí mismo una parábola que cabía aplicar tanto a países latinoamericanos ocupados por el Gran norte, pero sobre todo con el Vietnam que es la guerra (y la revolución) que los espectadores tienen entonces en mente, Brooks añadió un tema prácticamente ausente en la novela, la dialéctica en torno a la revolución. Dolworth y Fardan habían luchado, en los años anteriores, junto a Raza y el peso de tal recuerdo resultaría decisivo en su enfrentamiento final a Grant cuando éste pretendiera que sus hombres mataran al guerrillero, capturado por los mercenarios y transportado junto con Maria al otro lado de la frontera: con toda naturalidad, recobrando el espíritu perdido, regresaban con la pareja adonde antes combatiesen por una causa justa; por la revolución, una gesta que puede criticarse por tal o cual aspecto, pero cuyo sentido liberador es incuestionable. En el fondo es eso, la revolución, porque siempre es la misma. Atractiva incluso para los espectadores despolitizados, Los profesionales es una película repleta de detalles creativos. Valgan como muestra los dos temas principales de la partitura que se relacionaban con los mercenarios, uno, semimilitar, referido a su presente, y otro, mexicanizado, remitente a su pretérito; el diseño del ataque a la hacienda-cuartel de tal forma que se convirtiera en una especie de castillo de fuegos artificiales y se adhiriera así, paradójicamente, a tradiciones festivas del país invadido; los diálogos, tan reflexivos como nostálgicos, en torno a la revolución, especialmente el sostenido por Dolworth y Raza, dos personajes más bien incultos pero cercanos de uno u otro modo a la lucidez moral, con simbólicas rocas en medio. La búsqueda de significados llegaba hasta el apellido del guerrillero y los nombres, Jesús y María, de él y su amante, sin olvidar que Grant quiere decir, como sustantivo, “dádiva”. Llevada con brío y convicción, Brooks consiguió una gran película que se estrenó en todos los países como un “western” con un gran reparto, como una película más sobre la revolución mexicana, pero al salir del cine, los espectadores más sensibles habían registrado una emoción añadida. La revolución avanzaba...
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